Al ritmo de la marimba(8)
Si, es triste, hoy a la hora de la comida deje las llaves del famosísimo Tsuru en el asiento del copiloto de la camioneta del Director Comercial. P.D. Tuve que tomar el metro de regreso a mi casa.
Después de un placentero viaje, y de ver como la sociedad mexicana convive en el sistema colectivo; llego la hora de subirme a un Micro y toparme con mi propia Némesis.
Imagine, estimado lector la escena. Quack sentado junto a una belleza seguramente oriunda de algún paraje lejano, escuchando a Da Rule y a J Lo cantar I’m Real; y seguramente mi pierna derecha estaba moviendo mi pie al ritmo de la música. Justo en el clímax de la canción, el chofer incrementó el número de decibeles a su radio, lo cual mermó el sonido que lograba salir por los auriculares de mi iPod.
En ese momento no me quedó más que apagar mi artefacto y hacerme uno con la fiesta que ahora sonaba en el Micro. Fue en ese momento en el que levanté mi mirada; un ente de espaldas, tomado de ambas manos de los tubos que habían colocado dentro del camión, para que los pasajeros no cayeran al suelo con las difíciles maniobras que el chofer suele hacer. El ente no solo tomaba fuertemente ambos tubos, sino que además, movía cadenciosamente su cuerpo con una canción cuyo coro decía: “Muevelo… muevelo… muevelo… al ritmo de la marimba”.
Una carcajada salió de mi boca. Sentí como si el estrés de toda la semana saliera de mi cuerpo. Supe en ese momento lo que sintió Rodrigo de Triana el 12 de octubre de 1492 al vislumbrar a lo lejos la tierra prometida por Colón, y al mismo tiempo el alivio de poder usar su cuerpecito con una que otra hija de un Dios Azteca.
El tipejín deleitó a las féminas que viajaban en ese Micro. Mientras los hombres se hacían entre ellos miradas jocosas que seguramente hacían alusión a lo ridículo que bailaba.
Niño 1: Wey, ahí está tu hermano Sergio.
Niño 2: ¿Sergio? ¿Cuál Sergio?
Niño 1: Sergio… el bailador.
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