Ella circulaba a un costado de la UDLA, se dirigía a la clamatería, en plena hora pico, ella sentía que era el momento de presumirle a la sociedad estudiantil su “
brand new” convertible.
Era la segunda vez que veíamos ese coche pasar, supusimos que era algún estudiante que regresaba por su lap que había olvidado en el baño, o alguna niña que le urgía regresar a un baño limpio.
Continuamos tomando al calor de la tarde nuestras cervezas, micheladas, cheladas, cubanas, clamatos y demás variaciones de cerveza que venden en ese lugar. Los rayos del sol brillaban y la esperábamos a ella para que nos presentara la más reciente adquisición de su papi.
De pronto un flamante convertible azul se dirigía a nosotros, a una velocidad un tanto acelerada, pero nada del otro mundo, la cabellera de las tripulantes se enmarañaba con la brisa que producía la misma velocidad. El sol brillaba, la música sonaba y en las mesas de
la terraza esperábamos su llegada. Callados, hambrientos, emocionados.
Si hay algo que sueñe un estudiante foráneo es que sus papás le compren un coche, y algo que muy pocos podemos acceder, es que ese coche sea convertible.
La conductora giró sus neumáticos con gracia y aceleró para tomar la rampa que la dirigiría de entrada a colocarse frente a nosotros, y después al estacionamiento.
De pronto ¡
PUM! Un certero golpe contra la guarnición terminó con todo el glamour y reventó el neumático, rápida reversa seguida de otro ¡
PUM!, ahora contra la guarnición del otro lado de la rampa.
¡Qué pendeja! Exclamábamos al unísono, mientras dos caras conocidas y nerviosas se asomaban por encima del parabrisas.
Nadie más hizo otro comentario. Entre risas nerviosas y saludos se desvaneció su momento de gloria.