lunes, mayo 28

¿envidia?

miércoles, mayo 16

Traumas infantiles

Primero nos discriminaban formándonos por estaturas (y dejando en evidencia al más enano del salón, el cual regularmente era yo); además que por razones obvias (para los maestros) nos acomodaban según nuestras “capacidades escolares” a la hora de colocarnos en tal o cual salón.

Yo toda la primaria fui en el “A”, porque en el “B” iban los burros… jajaja, pero la mayoría de mis amigos estaban en el “B” (en los primeros años), es más Toño tuvo que esperar a 4to para que lo cambiaran al “A”. Yo me recuerdo en primero de primaria moviendo mis influencias (llorando) para que me cambiaran de salón, pero eso no funcionó.

En la secundaria mi mamá tuvo que hablar con la directora para que me cambiaran al “B”, porque ninguno de mis amigos estaba en el salón que me pusieron. El problema vino cuando me cambiaron a Querétaro, en esa secundaria salesiana, tenían un método científico de colocación de los alumnos con base en sus resultados mensuales. Así, era muy probable que el primer tercio de los alumnos más destacados en cuanto a calificaciones estaban en el “A”, a mi, por espacio y haber entrado tarde al ciclo escolar me mandaron al “C”.

Era nerd… era matado… era Doogie Howser M.D., era el consentido de los maestros… y no estaba en el “A”. Recuerdo con mucho cariño a los del “A” mirándome por encima del hombro por ser del “C”, a los de mi salón odiándome por ñoño, una de las peleas en las que me vi involucrado, cuando el “patiño” del salón quiso cambiar de lugar conmigo. Si, hubo golpes, si, hubo sangre, y si, hubo una semana de suspensión (pero no fue sangre mía, y no fui yo el suspendido) y esa fue la manera en que me gané el respeto de mis compañeros. Podía ser el más pequeño tanto de edad como de estatura, pero estaba dispuesto a pelear un lugar digno dentro del alumnado.

Hoy desperté recordando mis épocas de primaria… y pensando que gracias a eso soy más empático que el grueso de la población (sin albur).

miércoles, mayo 2

Hola aguacate!

Así empezó el mensaje, y con eso empezó un brainstorm sobre las posibles razones del nuevo apelativo. Será que algo tiene que ver la noche anterior, o simplemente como las hermanitas de mis amigos de pronto me empezó a molestar al estilo 3ero de primaria.

La respuesta que mis amigos esperaban que escribiera fue: “pues a ver cuando hacemos un guacamolito”, pero la cortesía no me dejó quedar como un completo nacote.

Siendo honesto no sabía que contestar y mi respuesta iba más buscando una explicación que nada. Su respuesta iba por otro lado, suponía que yo estaba en media función de cine y se limito a decir que mejor no me molestaba más; mandó saludos y se despidió hasta el día de mañana.

No, me rehúso a ser intenso y preguntarle otra vez el por qué de “aguacate”.

Entonces les pido a ustedes, estimados lectores (si es que todavía me queda alguno), me ayuden a descifrar las razones por las que le dirían “aguacate” a alguna persona.

Entonces… hasta nuevo aviso… se despide de ustedes… Quack “el aguacate”.